lunes, 2 de febrero de 2015

Sobre la individualidad del pensamiento o cómo cambiar el mundo

Ensayo sobre Eichmann en Jerusalén de Hannah Arendt

Hannha Arendt
Fuente: ABC
Voy a decirle una obviedad: Su pensamiento es su pensamiento. Tras estas vagas palabras, encontramos una realidad que no sólo es la base de la obra de Hannah Arendt Eichmann en Jerusalén, sino que también es el fundamento esencial de toda la historia del pensamiento, así como de todos los cambios históricos que hemos sufrido y sufriremos. Suena ambicioso, ¿verdad? Incluso prepotente. Es muy probable que lo sea.

Su pensamiento es su pensamiento. Su pensamiento. Voy a pedirle que no se fije en el núcleo de esta frase, sino en el determinante, es decir, en el posesivo. Su pensamiento es suyo y usted, al ser un individuo, es único. Su pensamiento, por tanto, es también único. Por supuesto que tiene similitudes con el de otras personas, de la misma forma que su aspecto físico y su personalidad también las tienen. Pero es único, es suyo, y, por esa misma razón, es diferente al de los demás.

En la película Hannah Arendt vemos las consecuencias que tuvo para ella la publicación de su obra Eichmann en Jerusalén. Parte de sus seres queridos y de la sociedad estadounidense la repudió por realizar algo que para ella era vital: expresar sus ideas. ¿Por qué lo hicieron? Porque eran suyas, porque eran diferentes. Debido a nuestra naturaleza animal, la diferencia lleva siempre a la confrontación –lo cual no significa que este impulso no pueda ser controlado–.

¿Y que debía haber hecho Hannah Arendt? ¿No ir a Jerusalén como le recomendaron? Hay muchas personas que optan por no ir a Jerusalén, es decir, por no alimentar su pensamiento. Alinearse con el factor común del pensamiento colectivo es una actividad ampliamente practicada en la actualidad porque es fácil. Es muy fácil. Pero esconder nuestras ideas tras dogmas comunes y vacíos no funciona. Estas siguen existiendo y ocultándolas sólo conseguimos perder nuestra humanidad, mejor dicho, perdemos nuestra capacidad para ser humanos. Porque ser humano no es un don que nos ha sido concedido por Dios o por la evolución –allá cada cual–, sino una capacidad que debemos ejercitar para no acabar cometiendo atrocidades sin ningún remordimiento, como hizo Eichmann.

Eichmann en Jerusalén
Fuente: casadellibro.com
Ahora sabemos que debemos cultivar nuestras ideas para no perder nuestra humanidad pero, al mismo tiempo, también sabemos que su expresión nos llevará inevitablemente al conflicto, ya sea grave o apenas perceptible. Se nos abren dos caminos que podemos transitar:

En primer lugar, podemos, simplemente, no expresar nuestras ideas. Desde luego, no habrá confrontación alguna. Nunca tendremos que enfrentarnos con otro sujeto pensante y nuestra vida será larga y placentera. Pero, ¿se da cuenta de las terribles consecuencias que nos depararía esa actitud? La certeza de nuestra muerte implica la certeza de que nuestras ideas morirán si no son expresadas. Nuestro esfuerzo por conocer habrá sido inútil. Seremos vaporizados la policía del pensamiento y nuestra existencia será olvidada. No habremos existido.

Llegamos, pues, a la única posibilidad que nos queda para vivir de una forma digna y ética. Defender nuestras ideas con auténtico fervor e intentar convencer a los demás de su valía sin claudicar en ningún momento. Cuidado, porque esta obligación moral que tenemos también puede ser aterradora si no sabemos manejarla. Las ideas, o más bien su aplicación, pueden tener consecuencias nefastas, como la historia ya se ha encargado de demostrarnos en multitud de ocasiones. La educación humanística y la inculcación del libre pensamiento, la crítica y la autocrítica son actividades esenciales para el buen funcionamiento de nuestra sociedad.

Hannah Arendt es un ejemplo de que la expresión de nuestra ideología es una actividad vital para todos nosotros. Para ella habría sido muy fácil no publicar esos artículos. No habría sido amenazada por el Mossad. No habría perdido a algunos de sus amigos. No habría recibido insultos ni amenazas. Pero lo hizo. Y no solo publicó sus ideas, sino que se reafirmó en ellas cuando más difícil era hacerlo. Porque solo así estaba siendo realmente humana.

Las ideas de la Ilustración no tuvieron la relevancia que se les concede por ser innovadoras para su época, sino porque, en vez de quedarse reflejadas en un libro, fueron extendidas por sus autores por la sociedad –al menos por una parte de ella– y se utilizaron para luchar contra las sombras del antiguo régimen. La reflexión sobre esas ideas, su expresión y su puesta en práctica fueron capaces de acabar con un sistema, fueron capaces de cambiar el mundo. Poseemos la capacidad para cambiar el mundo, pero nuestra es la decisión de utilizarla o no.

Alejandro Santos Benedí

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