martes, 21 de junio de 2016

Ha llegado el momento de que el PSOE se haga mayor

Crecer es aprender a despedirse, como Risto Mejide. El PSOE es el partido más antiguo de la democracia pero, para ser sinceros, todos los partidos han mutado desde el 15M, desde que despertamos del sueño de la burbuja inmobiliaria y aprendimos a mirar a la cara a la corrupción, al despilfarro, a los desahucios… desde que aprendimos que ser un ciudadano libre también implica ser un ciudadano con obligaciones. 

El nuevo PSOE —que no por nuevo tiene que estar formado por personas jóvenes— ha incorporado elementos de esa democracia que buscamos a su ideario, como las primarias o las consultas a la militancia. Elementos importantes, pero estéticos todavía, puesto que ya hemos visto que, cuando las primarias arrojan un resultado que no gusta al aparato, se pueden anular y a volver a empezar. Y si no que le preguntan a Tomás Gómez o a Antonio Miguel Carmona.

Este maquillaje aporta una pátina de modernidad al PSOE, es cierto, pero el partido aún viste pantalones cortos porque no ha resuelto un problema fundamental: aún no ha decidido qué quiere ser. Hay dos posibilidades, por un lado, admitir que la izquierda se ha fragmentado, que ya no volverán a ser primeros o segundos para siempre y convivir con Podemos para que no gane la derecha, aún perdiendo poder e ideario.

La otra opción es luchar, aunque el partido se hunda por el camino y a pesar de que la derecha pueda gobernar por ello; pero luchar para acabar con Podemos y sus partidos afines y recuperar el territorio de la izquierda. Porque esa es la única manera de que la socialdemocracia acabe gobernando en solitario en el futuro.

Decidir es una de las facetas más difíciles de la edad adulta. A ninguno nos gusta tomar decisiones, porque sabemos que todas acarrean ventajas e inconvenientes y porque nunca sabemos cuáles son las consecuencias. Decidir nos asusta, nos aterra. Siempre es mucho más fácil no decidir, como hace Mariano Rajoy, o dejar que te manden, como se hace en las dictaduras. Pero un adulto no puede ser súbdito, un adulto debe ser libre. Y el PSOE tiene el potencial para ser adulto.

Entre los dirigentes del PSOE que quieren convivir con Podemos —lo cual no significa que no se le ataque, ojo, sino que se admita su validez como partido y se le mire de igual a igual— se encuentran Pedro Sánchez, Ximo Puig o José Luís Rodríguez Zapatero. Sánchez quiso pactar con Pablo Iglesias para su investidura, Puig ha recibido el apoyo de Podem y Compromís para ser Presidente de la Comunidad Valenciana y Zapatero aconseja a Iglesias y se reúne con él.

El bando contrario, el que quiere liquidar a Podemos, está liderado por Susana Díaz y entre sus filas se encuentran socialistas como Alfonso Guerra o José Bono. Todos ellos se han mostrado especialmente beligerantes, tanto en campaña como anteriormente, contra el partido de Pablo Iglesias.


Esta batalla se resolverá con una renovación del comandante en jefe. Pero no solo por cambiar la cabeza se habrán acabado los problemas. Harán falta, además, dos condiciones: que el nuevo secretario general —o secretaria— sea miembro de una de las dos facciones y que los perdedores se sometan a los vencedores para caminar juntos. Esta vez, con pantalones largos.

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