domingo, 8 de noviembre de 2015

La herida que no sana

  • Un acto sobre la memoria histórica muestra los traumas que aún acarreamos

Casa Emilio es un lugar especial en Zaragoza. Este restaurante tradicional —eufemismo para no llamarlo viejo— tiene una puntuación de cuatro estrellas en TripAdvisor y una gran historia detrás. Cuando entras a Casa Emilio puedes no darte cuenta, puedes comerte unas madejas tranquilamente sin saber dónde te has sentado. Cuando subes a la primera planta, ya deberías empezar a sospechar. La bandera republicana que cuelga de un cuadro es la primera pista. El salón “José Antonio Labordeta” es un gran indicio. Aquí, según cuenta Emilio, el diputado venía todas las semanas a comer con los amigos.

Un local que resiste desde 1939. Un local para resistentes y para la resistencia. La resistencia contra el régimen de Francisco Franco. Aquí se reunían los disidentes del sistema, entre los que se incluía Emilio, por supuesto. Y es que el dueño de este restaurante es comunista. De los de toda la vida. De los que aún sonríen cuando afirman que llegará la victoria. Por eso, no dudó cuando supo que unos falangistas amenazaron con reventar el acto sobre la memoria histórica que iba a celebrarse en su local. “Avisa a la policía, pero esto tira para adelante”, aconsejó a los realizadores. Emilio se ha visto en peores situaciones.
El equipo de Micrófono Abierto
Abel Sancho

Y tenía razón. El acto tiró para adelante. Una pareja de la policía nacional veló por la seguridad del evento y nada ocurrió. Algunos afirmarán que este pacifismo es el resultado de la muerte del franquismo. Que la violencia ya no se impone en el debate político. Pero el pasado es una dimensión del presente, como dice Javier Cercas. Esa violencia que hemos soportado durante casi cuarenta años sigue presente en nuestras vidas. Así lo demostró este acto.

Porque ya desde el principio se podía apreciar que los sentimientos de los asistentes eran tan fuertes que no podían guardárselos. Tenían que expresarlos con declaraciones en público, comentarios, muecas a cada intervención… Los sentimientos flotaban entre los casi cincuenta espectadores. Y esa situación es preciosa, porque ves lo más profundo de las personas que tienes enfrente. No les habías visto nunca, pero ya les conoces. Han contado su trauma más profundo, el acontecimiento que marcó sus vidas para siempre. 

Sin embargo, esa misma situación también es peligrosa. No podemos controlar los sentimientos, no forman parte de nuestro lado racional. Los sentimientos, simplemente, aparecen. Y te cogen y tú te dejas llevar por ellos sin pararte a pensar en por dónde estás caminando. Tú solo avanzas. Y para cuando te das cuenta de dónde estás, ya es demasiado tarde.

En el acto del pasado viernes, ese punto llegó con las intervenciones del público. Aunque las presentaciones del equipo de Micrófono Abierto, que organizó el evento, y las participaciones del profesor de historia, Herminio Lafoz, del portavoz adjunto del PSOE en el Ayuntamiento, Roberto Fernández, y del portavoz de Amnistía Internacional en Aragón, Miguel Ángel Bases, ya aumentaron la temperatura del evento.

Pablo Marco interviene
Abel Sancho
Pablo Marco, de 81 años, lloró al contar la historia de su padre asesinado. Y no es la primera vez que actúa de narrador. Pablo Marco ha publicado dos libros: Los crímenes olvidados y Testimonios criminales. Pero aún no es capaz de hablar de su padre sin llorar. Recuerden: el pasado es una dimensión del presente. Sin embargo, a Pablo Marco no le importa llorar. Porque él pega una patada en el suelo y sigue hablando. Su historia debe conocerse, es su tarea. Él puede pasar un mal rato, él puede sufrir durante unos minutos, pero su historia no puede caer en el olvido.

Demasiada épica, ¿verdad? Es cierto. Porque tras la intervención de Pablo Marco, la épica se termina. Volvemos a la realidad, al cochambroso mundo en el que vivimos. Y ya no saldremos de él. Porque tras la intervención de Pablo Marco llega la baja política, la política del barro. La política en la que está permitido utilizar cualquier tema para ponerle la zancadilla al contrario y agenciarte un voto.

Si Roberto Fernández ya elevó a los altares la Ley de Memoria Histórica de Zapatero y elogió la introducción de la “Memoria democrática” en el currículum educativo que el presidente de Aragón, Javier Lambán, va a llevar a cabo en la comunidad; el coordinador de UPyD en Zaragoza, Jesús López, no se quedó corto. López critica que Pedro Sánchez afirmase que el PSOE aprobó la ley del divorcio. En un acto sobre la memoria histórica. Y  ese mismo Fernández que acaba de alabar las acciones de su partido, le pide que no vaya allí “a hacer política”.

Jesús López interviene
Abel Sancho
Como si lo importante ese día y en ese momento fuese quién aprobó la ley del divorcio o  a quién le gusta más o menos la Ley de Memoria Histórica. Como si todo eso fuese más importante que la pérdida de Pablo Marco y la de los miles de personas que sufrieron la represión durante la guerra civil y la dictadura. No era el momento para criticarse unos a otros. No era el momento para arrastrarse por un voto. Pero lo hicieron.

Y, afortunadamente, recibieron su merecido. El primero en largarse del acto fue el profesor Lafoz, al que Fernández acusó de “defender a su partido”. Lafoz afirmó posteriormente que no milita en ningún partido. Poco después, el representante de UPyD en el acto habló sobre el problema independentista en Cataluña. Sin volverle a importar nada lo que allí se estaba hablando o lo que estaban sufriendo los asistentes.

Y en este ambiente rancio, envenenado por los partidos políticos y sus representantes, sigue el acto. Pero ya no es igual, la armonía se ha roto. Tras dos testimonios más sobre la dictadura, llegan las opiniones disidentes y todo se derrumba. Desde el público se piden explicaciones sobre los acontecimientos en Paracuellos del Jarama y se refleja que no hay “ningún representante del bando nacional” en el encuentro. Pablo Marco ya se ha ido, junto con algunos asistentes más.

El director de Micrófono Abierto, Samuel Riad, intenta concluir el programa. Pero la parte del público que se ha quedado ha resistido para seguir hablando, para seguir expresando sus opiniones. Ahora necesitan hablar. Y para cuando desde el público se pide que no se le llamen “herederos del franquismo” a personas como los miembros de las Nuevas Generaciones del PP, la situación se descontrola. El orden se pierde y todo el mundo toma la palabra. El presentador se aleja para intentar cerrar el acto y que se le escuche en el micro. Ninguno de los asistentes le está escuchando.


La mayoría huye del lugar con fuego en su interior. Algunos consiguen quedarse y siguen hablando, ya pausadamente, durante unos minutos más. Los dos bandos siguen enfrentados. Aunque hemos cambiado las armas por las palabras, seguimos dividiéndonos entre rojos y azules, somos incapaces de apreciar los matices. Tenemos la necesidad de clasificar a nuestros congéneres en un bando o en otro. No caben excepciones. Y hay quienes se aprovechan de nuestro empecinamiento. Dos políticos lo intentaron este viernes en Casa Emilio.

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